Cuando me quise dar cuenta ya te habías ido y sin apenas
dudarlo yo seguía haciendo el mismo café. Eras mi droga que necesitaba cada
día, lástima que nunca te hubiese podido llamar amor porque fue justo en ese
momento en el que salías por la puerta cuando
me quedé mudo y no pude decirte lo que de verdad sentía.
Esto fue lo último que pensé aquella fatídica tarde de
Verano, ya no podía remediarlo y una vez más me encontraba solo y triste al
final de este cuento.
Tras dos
meses más de caluroso verano creí haber pasado página pero no era así, hasta el
más mínimo detalle me recordaba a ti. No sé si era la bella mariposa que
parecía renacer de tus pechos o aquella marca que me dejaste en el labio
inferior.
Sin dudarlo
tuve que ir en tu busca: Recorrí cielo, mar y tierra hasta que te encontré en
aquel viejo piso en el centro de París. No sabía que hacer, la duda me comía la
cabeza (¿Y si ella ya no se acuerda de mi? / ¿Y si ha conocido a otro chico?).
Sin volver a pensármelo mucho decidí no tocar el timbre y me fui calle abajo
para coger otro taxi y que me llevase al aeropuerto más próximo. Pero fue justo
en ese momento, cuando abriste la ventana y no dudaste en llamarme, cuando
descubrí que todavía te acordabas de mi y que no había otro chico porque ese
chico que reinaba en tu corazón, te hacía café y te hacía sentir como una reina
era yo. Así que, volví a subir la calle y no mucho antes de llegar a su portal
ya nos habíamos fundido en un beso eterno y sentí que los dos éramos uno, mi
corazón se unió a ella y sin dudarlo dos veces nos volvimos a Salamanca donde
cada tarde cuando el sol estaba ya bajo salíamos a pasear por el río, como le
prometí que haríamos hasta nuestros últimos días.
IFG.