Normalmente para todo el mundo los fines de semana suelen
pasar muy rápido, pues para mi no es así. Yo cuando me levanto un Viernes no
pienso: ¡Bien! Fin de semana. Sino todo lo contrario, un eterno fin de semana
más que empieza donde el tiempo no pasa: los segundos son minutos, los minutos
son horas y las horas son AÑOS.
Así es y así pasa:
El Viernes con toda la tranquilidad del mundo me despierto y
dejo que el tiempo pase hasta bien llegada la tarde. Sobre las 17h me pongo mi
americana gris y me voy al bar de la esquina. Me tomo mi café cortado junto con
mi lectura de Papel Mojado (Texto de opinión de Juan José Millás en la revista
Interviu), no han pasado ni 15 minutos cuando ya no me queda apenas nada que
hacer en el bar así que sin pensármelo dos veces me pido un gin-tonic para así
alargar un poco más mi rato en el bar. Termina la tarde y con una cena al más
puro estilo guarrindongada se acaba un Viernes más.
Y empieza un SÁÁÁÁÁÁÁÁÁÁÁÁÁÁÁÁBADO kilométrico. Tele, sofá,
comida y cama: así se resume un sábado donde unas de las cosas más importantes
que hice durante todo el día fue la gran labor de levantarme de la cama. Acabó
el Sábado y empieza…
El Domingo de los churros con chocolate, casi mejor ni
hablar del Domingo otro día kilométrico en el que el tiempo no pasa.